Israel: La niña de mis ojos

jueves, 8 de septiembre de 2011.

Dios ama y su amor nunca se apaga. El amor de Dios no varía, no se destiñe, y nunca pierde ni una millonésima de su intensa frescura. Algunos tropiezan en la Biblia cuando leen que Pablo cita: “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (Rm. 9:13), (Mal. 1:2-3). “¿Cómo puede Dios aborrecer a Esaú? ” se preguntan alarmados. En honor a la verdad, la pregunta que debía hacerse es: ¿Cómo pudo amar Dios a Jacob?
Jacob era hermano de Esaú. Ambos eran hijos de Isaac y nietos de Abraham. Dios concertó un pacto de carácter eterno con Abraham. Tenía este pacto promesa de bendición perpetua para el patriarca Abraham y su descendencia. Uno de estos descendientes, Jacob, desarrolló una intensa relación personal con Dios. Esta relación personal le valió el cambio de su nombre de Jacob por el de Israel. Israel significa “Príncipe de Dios”, mientras que Jacob significa “usurpador”. Con este cambio Jacob subió de grado, ascendió de usurpador a Príncipe de Dios. Jehová honraría su pacto con Abraham a través de sus hijos Isaac, Jacob y los doce hijos de éste. Los hijos de Jacob llegaron a formar las doce tribus de Israel que eventualmente se convirtieron en la nación de Israel.
La historia del pueblo de Israel es la historia más fascinante que jamás se escribiera. Describe paso a paso el trato de Dios con los descendientes de Abraham y de Jacob. Siendo llamado por Dios, Abraham salió por fe sin saber a dónde iba, pero sí, en dirección del lugar que había de recibir como herencia. “Por le fe Abraham habitó en la tierra prometida. Vivió en ella en cabañas con Isaac y Jacob, quienes eran herederos juntamente de la misma promesa” (He 11:8-9). Jacob, por su parte, caminó con Dios tal y como antes habían caminado sus padres Abraham e Isaac.
Dios nunca varió su afecto por los patriarcas o por sus descendientes. Su amor no menguó una onza con el avance de los siglos. Tampoco se desvió ni un milímetro de la promesa que les hizo. DIOS NO CAMBIA. Su amor no se altera con el rigor del tiempo ni por el paso adverso de las circunstancias. Sus promesas son incondicionales y su fidelidad inquebrantable. Hizo su promesa a Abraham independientemente de lo que su descendencia fuera o llegara a ser. Por cierto, los descendientes de Abraham nunca se mantuvieron a la altura de la fidelidad de Dios para con ellos. Jamás correspondieron adecuadamente a los gestos de amor de su Creador. Dios mismo reconoce esta infidelidad cuando describe a Israel como un “pueblo de duro cuello” o “dura cerviz” (Ex. 32:9) y cuando los caracteriza como un pueblo “rebelde y contradictor” (Ro. 10:27). Aún así, su alianza con los padres y con su descendencia continúa inquebrantable, y hasta el desenlace mismo del drama de las naciones, está ligado al futuro de Israel.
Moisés, haciendo un recuento de la solicitud, el cuidado, el amor, la tolerancia, la paciencia y la gracia de Dios para con Israel, dice: “La parte de Jehová es su pueblo; y Jacob la cuerda de su herencia. Lo halló en tierra de desierto horrible y yermo, y allí lo envuelve, lo sustenta, lo cuida como a LA NIÑA DE SU OJO” (Dt. 32:9-10). El rey de Israel, David, acosado por sus enemigos, expresó su confianza en la bondad y fidelidad de Dios con estas palabras: “Haz gala de tus gracias, tú que salvas a los que buscan en tu diestra refugio contra los que atacan. Guárdame como LO NEGRO DE LA NIÑiTA DEL OJO, escóndeme con las sombras de tus alas” (Sal. 17:7-8).
En Dios hay verdadera seguridad y en su brazo eterno encuentran amparo cuantos en El confían. Es sobre esta protección divina que descansa la sobre vivencia de Israel a los cuarenta años de vicisitudes en el desierto. Esta protección sirve de razón para su sobre vivencia cuando estaba apenas en la etapa inicial de su formación nacional y en los preliminares de su conquista de la tierra de Canaán, para conquistar la tierra, Israel tuvo que luchar contra amonitas, moabitas, edomitas, cananitas, filisteos, jebuseos, ferezeos, hebeos y heteos. Posteriormente en su historia, la protección de Dios fue también el escudo de sobre vivencia de Israel contra mil y una invasiones, incontables ataques y fieras persecuciones a mano de asirios, babilonios, griegos, romanos, turcos, sarracenos, cruzados y una gama más de opositores. Dios dice en Zacarías 2:8: “Después de la gloria me enviará él a las gentes que os despojaron, porque el que os toca, toca a LA NIÑA DE MI OJO”.
La niña en el ojo es una parte sumamente sensitiva y susceptible de afectarse. Aún la más tenue luz la contrae para dar paso a las imágenes que entran en juego durante el fenómeno de la visión. Israel, dice el profeta, es LA NIÑA DEL OJO DE JEHOVÁ. Los que la han agredido a lo largo de su historia no han hecho otra cosa que dar coces contra el aguijón. Han estado tocando a Jehová mismo en un punto muy sensitivo. Dios ha respondido a sus enemigos con cargas y promesas de juicios. Está manifestada a través de sus santos profetas del Antiguo Testamento.
El ojo se describe en el diccionario como el órgano de la visión. Mucho nos esforzamos por mantener los ojos en buen estado. Los protegemos contra enfermedades y contra traumas. Cuando empiezan a fallarnos, los ayudamos con lentes de aumento, bifocales o lentes de contacto. Usamos lentes de sol para evitar que se irriten. Sin necesidad de bifocales, lentes de contacto o del sol, Dios se ha mantenido pendiente siempre de su pueblo amado. Nunca se ha fatigado ni ha dormitado el guardián de Israel (Sal. 121:4). De modo que no sólo ve Dios a Israel sino que vela por él. Su constancia no se ha basado en el hecho de que Israel fuera mejor que otras naciones. Todo lo contrario. Dios mismo dice en Dt. 7:7 que Israel era “el más insignificante de todos los pueblos.” El interés de Dios por Israel se basa en su relación personal y directa con los patriarcas. Dice Moisés: “Jehová amó a tus padres, escogiendo a su descendencia después de ellos (Deut. 4:37). La soberana elección de Israel se hizo en sus padres aún antes que Israel existiera como nación.
Dios también ha escogido, y ahora está apartando para sí un pueblo espiritual. Los ha destinado para el cielo. Es la iglesia, la Perla de Gran Precio. Tan costosa es a su vista que Dios entregó a su Hijo Unigénito a morir crucificado violentamente y a sangrar herido sacrificialmente. Este pueblo nuevo está compuesto de israelitas y de los que no lo son. Está siendo apartado de “todo linaje y raza y lengua y pueblo y nación” (Apoc. 5:9). Tan grande es la multitud de los redimidos que ninguno los pudo contar (Apoc. 7:9) cuando en presencia del Cordero batían palmas entusiasmados y exhibían gozosos el blanco hermoso con que habían sido ataviados.
Esta multitud crece día a día. Por cierto, el número podría aumentarse ahora mismo si usted, lector amado, quisiera entrar a formar parte de este pueblo. Se entra arrepintiéndose sinceramente de los pecados y creyendo en la Obra de Cristo para el perdón de los mismos. Dios vela por este pueblo nuevo. Tiene planes de traerlo a sí mismo muy pronto. Su Hijo, Jesucristo, aparecerá en breve para arrebatarlo a las nubes donde este pueblo estará para siempre con El. Amigo mío, dese prisa en pertenecer al número de los redimidos por la sangre del Cordero. Reciba hoy mismo en su corazón al Señor Jesucristo.
Por: Mariano Gonzales, Ministerios Audiolit.

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